El militarismo en su encrucijada

Documento elaborado para Campo Abierto (publicación del colectivo madrileño Tritón) en la primavera de 2000.

Introducción

Tras muchos años en los que, a través de la campaña de Insumisión, el Movimiento Antimilitarista ha sido considerado uno de los movimientos sociales más vivos, consiguiendo un fuerte arraigo en la sociedad, ocupando un significativo espacio en el debate público y obteniendo algunos importantes logros (la abolición del servicio militar obligatorio, por ejemplo), pareciera que en la actualidad hubiera entrado en una profunda crisis que ya hay quienes se atreven a diagnosticar como fruto del “morir de éxito”.

Analizar la realidad de esa aparente crisis; revisar y actualizar los conceptos de militarismo y antimilitarismo adecuándolos a la llamada “era del Nuevo Orden Mundial”; intentar detectar cuáles parecen ser los temas y campos de trabajo donde más necesaria se hace la contribución antimilitarista; revisar –crítica, pero sanamente- algunas inercias, dejaciones o errores que como movimiento hayamos cometido y esbozar algunas propuestas de trabajo por donde pasar del campo de las ideas al de la práctica, son los principales objetivos que nos han animado a la hora de elaborar este documento. Todo ello, teniendo en cuenta que, lejos de creernos en posesión de verdad absoluta alguna, nuestra intención no es sino, como ya ha quedado dicho, potenciar un debate conjunto entre todas las gentes antimilitaristas –especialmente en Euskal Herria-, uno de los objetivos principales que, como colectivo, nos hemos marcado en la actualidad y para lo que queremos dejar públicamente patente nuestra absoluta disposición a tomar parte en todo tipo de encuentros, debates, charlas o actos –públicos o privados- que busquen contribuir a ese objetivo.

Análisis preliminar

En las próximas –y tal vez excesivas- páginas vamos a intentar abordar un análisis del militarismo y del antimilitarismo, procurando esbozar sus diagnósticos actuales y, al mismo tiempo, señalar posibles líneas de trabajo y revisiones a realizar desde el Movimiento Antimilitarista, todo ello desde nuestra perspectiva –antimilitarista-, quizá, en ocasiones, demasiado limitada.

No obstante, en no pocas ocasiones, haremos referencia al “Neoliberalismo que actualmente nos azota” y creemos conveniente, para procurar evitar que se convierta en una expresión hecha sin ningún contenido, intentar señalar, de forma preliminar, brevísima –teniendo en cuenta la enjundia del asunto- y sin pretender certezas absolutas que no tenemos, algunos de los rasgos que, a nuestro entender, se esconden tras esa “filosofía” neoliberal, ya que, aunque sus voceros propaguen el “advenimiento del final de la Historia”, que “vivimos en el mejor de los mundos posibles” y que “ya no queda ninguna transformación importante por realizar”, la verdad es que, a través de los mass media, intentan dirigir a la Humanidad mediante una brutal imposición de su ideología y pensamiento. Ideología que, desde nuestro punto de vista, no tiene nada de nueva y bebe de las más rancias tradiciones de la Historia del Pensamiento.

Así, por ejemplo, parecen recoger de Hobbes su “visión del mundo” ya desarrollada en 1651 en la obra “Leviatán” y según la cual, “el hombre es un lobo para el hombre” y la sociedad “la guerra de todos contra todos”.

En la misma línea, incorpora también la idea desarrollada más tarde por el economista inglés Jeremy Bentham (1748-1832) quien, en su obra “Escritos Económicos”, señalaba que su noción de hombre es la de “un animal esencialmente egoísta y egocéntrico y, por tanto, para que haya una política social, justa y pacífica, debe prevalecer el Estado”, añadiendo que “la única causa eficiente de la acción es el interés”.

Otro principio del Neoliberalismo parece ser el de que los derechos humanos individuales y colectivos sólo tienen sentido a través del Mercado, que es quien les da sentido, pues sólo reconoce como forma legítima del ser humano el mercantilismo: el Homo Económicus. La absolutización y mitificación del Mercado le convierte en el nuevo dios, de ahí que deban erradicarse todas las huellas de soberanía popular.

Del mismo modo, se intenta hacer creer que el hambre, la desocupación, la desigualdad, la injusticia, las catástrofes naturales provocadas, etc., no tienen responsables, no son consecuencia de las políticas desarrolladas por alguien, sino que, como todos los males de esta sociedad, “son fallos y desajustes del Mercado”. Vemos pues cómo “reducir el Homo Sapiens al Homo Económicus se convierte en la grotesca caricatura mercantil del Neoliberalismo”[1].

La tercera justificación ideológica del Neoliberalismo proviene del social-darwinismo: la competencia es la forma más directa de selección en la naturaleza y en la sociedad para que los más aptos rijan los destinos de los sistemas en que actúan. Incluso los Estados estorban, pues sólo sirven para bloquear este principio. Así, se intenta inculcar la idea de que los ricos y poderosos no deben ser envidiados, porque sus privilegios y posición social les han sido otorgados por méritos propios.

Pero a quien podemos considerar uno de los principales ideólogos del Neoliberalismo actual es al economista austriaco Friederich Hayeck, fundador en 1947 de la Sociedad Mont-Pelerin (Suiza), creada para combatir el Estado de Bienestar y cuyas principales teorías están recogidas en el libro “Camino de la Servidumbre” (1944).

Para Hayeck y sus correligionarios, el nuevo igualitarismo que parecía potenciar el Estado de Bienestar “destruye la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia, de la cual depende la prosperidad de todos”. Para ellos, la desigualdad es un valor positivo, por lo que habría que mantener un Estado fuerte que rompa el poder de los sindicatos y controle el dinero, pero débil en gastos sociales y en inversiones económicas. Creen necesaria una disciplina presupuestaria para controlar el gasto social y conseguir la restauración de una tasa “natural” de desempleo que permita la creación de un “ejército de reserva” del trabajo.

Esta “filosofía” es la que justificó la ola de derechización global que conocemos y que llevó al poder al gobierno Tatcher en 1979 y, un año después, posibilitó el comienzo de la “era Reagan”. De aquí nació el “Pensamiento Unico” y la prostitución y manipulación del concepto “democracia” pues, para Hayeck, ni la libertad ni la democracia deben ser valores centrales del Neoliberalismo, ya que “El mercado, la competencia y la desigualdad son los mecanismos idóneos para optimizar la selección evolutiva de la sociedad”. “Sin desigualdad (…) la Humanidad no habría podido alcanzar nunca su grandeza, ni podría mantenerla hoy”[2].

Estos son, a nuestro entender y vistos a vuela pluma, algunos de los principales rasgos ideológicos del Neoliberalismo, a quien, con su filosofía social-darwinista como bandera, podemos considerar como la agresión más grave contra el ser humano y la utopía, desde los regímenes totalitarios de los años 30.

Militarismo y Antimilitarismo

Análisis Inicial

Durante la última década se han producido, o hecho visibles, una serie de variaciones en el panorama mundial que necesariamente hemos de tener en cuenta a la hora de analizar la situación actual del militarismo

  • Así, y principalmente tras la desaparición del Pacto de Varsovia, hemos pasado de un escenario de hegemonía bipolar a otro unipolar en el que Estados Unidos ejerce una primacía mundial de un calibre no comparable a la que cualquier otro país haya practicado en los últimos siglos de la Historia de la Humanidad.
  • Al mismo tiempo, contemplamos cómo los tradicionales Estados-nación han ido paulatinamente cediendo Poder (con mayúscula) a la hora de determinar las políticas económicas y sociales (incluso culturales, educativas, de “defensa”…) a aplicar en sus diversas sociedades, entregándoselo a los grandes organismos económicos y financieros supranacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio…). Estos organismos son quienes determinan esas políticas, encaminadas fundamentalmente a garantizar el desequilibrio Norte-Sur, (basado en el enriquecimiento del Norte a costa del esquilme de los recursos del Sur), siendo Estados Unidos el país que marca e impone sus criterios al resto de los presentes en esos Organismos[3], aunque Japón y la Unión Europea también ejerzan una determinada influencia como potencias de segundo nivel.
  • Del mismo modo, la división típica entre “países ricos” y “países pobres” (que se acrecienta) se desarrolla progresivamente dentro de las propias fronteras de cada país, encontrándonos así con países de los denominados ricos que acumulan crecientes “bolsas de pobreza” entre su población (lo que ha dado en denominarse la Periferia del Centro), al igual que en los países tradicionalmente denominados pobres existen unas pocas familias, clanes o castas superenriquecidas entre las que se reparten el poder no sólo económico sino también político. Todo ello abre las puertas a una potencialmente creciente conflictividad social, frente a la que los Estados y Organizaciones supranacionales practican una cada vez más asfixiante política de “control social”, configurándose así el “riesgo de desorden social” como el principal temor de todos esos centro de Poder, lugar que, sin embargo, antes ocupaba el temor a la “posibilidad de confrontación militar con el otro bloque”.
  • Finalmente, y por destacar tan sólo algunos de los aspectos más importantes de cara a la actualización de nuestro análisis, reseñar la influencia capital que en las sociedades actuales ejerce el conglomerado denominado “mass-media” que, bajo el disfraz de un mundo cada vez más “intercomunicado” e “informado”, concentra en muy pocas manos la capacidad de construcción de la “realidad informativa” que se nos impone, transmitiendo a través de sus diferentes medios técnicos una realidad virtual que es tan sólo reflejo de los intereses de los mencionados grupos de Poder, que son quienes, en definitiva, deciden lo que es noticiable y lo que no, y la forma en que debe presentársenos cada noticia.

Revisando nuestro concepto de militarismo

Parece que todos estos nuevos factores señalados son lo suficientemente importantes como para llevarnos a actualizar nuestra definición del concepto de militarismo.

Tradicionalmente hemos definido el militarismo como la influencia de lo militar, y específicamente del ejército en la sociedad, añadiendo que como fenómeno ideológico, trata de hacer presente al ejército en la vida social como referente fundamental de determinados valores sociales, o como institución sagrada que todos los buenos ciudadanos deben aceptar.

Asimismo, definíamos el Ejército como el cuerpo armado fundamental del Estado y a quien se atribuye el monopolio de la violencia para que garantice con su presencia, y acción si fuera necesaria, la razón básica del Estado: hacer que se cumplan las leyes y mantener el (des)orden social y político establecido.

Y al servicio militar obligatorio le contemplábamos como uno de los principales instrumentos utilizados por el militarismo para inculcar esos “valores” y comportamientos, esa ideología, en la sociedad, a través del “moldeado” de los jóvenes, quienes, una vez recuperada su condición de civiles, se encargarían de reproducirla en las diferentes esferas y espacios de su vida cotidiana.

Este proceso, que era más sutil o más descarado dependiendo del grado de militarización del Estado respectivo (uno de los casos extremos en el llamado “mundo occidental” podía ser el del Estado español, durante 40 años gobernado por una dictadura militar), ha variado sustancialmente en base, tanto a los factores señalados en el apartado anterior, como a otros que mencionamos ahora:

  • El resurgir (principalmente desde finales de los años 60 y durante los años 70 y 80, aunque este fenómeno en el Estado español es algo posterior) de los movimientos pacifista y antimilitarista que ejercen una crítica y denuncia (con distintos niveles de radicalidad) a ese proceso de militarización, consiguiendo un importante respaldo y/o comprensión social, con la consiguiente deslegitimación del militarismo.
  • La desaparición del Pacto de Varsovia y, con ella, de la excusa para una creciente militarización ante “enemigos potenciales” con capacidad militar para hacer frente a los países del denominado bloque occidental.
  • Y, principalmente, la puesta en práctica por parte del Capitalismo occidental en su nueva fase Neoliberal de una estrategia dirigida a conseguir el consentimiento y la complicidad de las denominadas “sociedades desarrolladas” (o aspirantes a ello) sin necesidad de imponerse mediante el uso de la violencia física (o su amenaza)[4], relegando así la función de los ejércitos a intervenir militarmente en aquellas zonas del Sur en las que el Norte vea peligrar sus intereses económicos o geopolíticos (aunque, como ya analizaremos, en la actualidad utilice para ello el disfraz de ejércitos humanitarios y pacificadores).

Esa estrategia neoliberal ha generado para ello una ideología basada en conceptos como “el fin de la historia” y la idea consiguiente de vivir en “el mejor de los mundos posibles”; la “globalización y mundialización”; el “progreso” y el “desarrollo”; la “tecnologización”; el “Nuevo Orden Mundial”…, que impulsan asimismo una nueva seria de “valores” y comportamientos: la competitividad, el individualismo egoísta y asocial; la lógica del beneficio; el incremento continuo de la productividad y el rendimiento; el crecimiento cuantitativo ininterrumpido; la creación de nuevas necesidades superfluas; la valoración social basada en la acumulación de dinero y de poder; la velocidad como una virtud en sí misma; la obtención del bienestar personal a través del consumo indiscriminado; la separación en el tiempo y en el espacio de las actividades humanas –trabajo, ocio, afectividad, reproducción social, cuidado de los demás…- y su progresiva consideración como mutuamente excluyentes; la primacía del valor de cambio y la mercantilización de las relaciones sociales; la fe en la ciencia y el desarrollo industrial; el “libre” comercio dentro de un mercado mundial, como vía para fomentar el desarrollo de la Periferia; la valoración de la persona desde el exclusivo punto de vista productivo; el predominio de la mentira, la ocultación y la manipulación; y, en definitiva, la creencia en el paradigma de siempre más rápido, más grande y más cantidad[5].

El espejo en el que mirarnos que se nos propone como exponente de esta nueva etapa no es el ejército, sino los grandes empresarios y banqueros, los personajes y personajillos famosos y “triunfadores”, la cultura del pelotazo y del relumbrón, el arribismo y el amiguismo, la clase política sin escrúpulos ni conciencia…

El mecanismo utilizado para que las sociedades interioricen estos modelos no es tampoco el servicio militar obligatorio (que con la pérdida de sus funciones principales tiende a desaparecer), sino los llamados “medios de comunicación social” (que, recordemos, aunque aparentemente múltiples, en realidad se reparten entre muy pocas manos). Quienes ejercen esa labor tanto por medio de las desinformaciones (es decir, noticias que no aparecen, de las que no se informa) y deformaciones (noticias que se manipulan o tergiversan a conveniencia), como de las aparentemente inocuas series televisivas, películas y telefilms; la publicidad, la propaganda y los anuncios; los programas de “entretenimiento” y variedades, concursos, dibujos animados…, tratan de hacernos creer que la “realidad” que nos transmiten/proyectan (grandes mansiones, lujosos coches, ocio de alto standing, dinero fácil, cuerpos esculturales, “buenos” representados como altos, rubios, guapos, triunfadores laboral y socialmente y de rasgos occidentales…) se puede alcanzar fácilmente imitando ese modelo.

Consecuencia de todo esto es que el adoctrinamiento en los “valores” y “principios” de la “ideología” neoliberal, y su asunción y práctica, tienen lugar de una forma mucho más sutil que con la militarista. Nadie tiene obligación de “cumplir un deber” bajo amenaza de arresto o prisión. Cualquiera es aparentemente “libre” de seguir o no los dictados neoliberales (aunque para ello haya que renunciar a todo tipo de escrúpulos y principios éticos), aunque, eso sí (y es la amenaza no escrita, el “delito” no incluido en código penal), si te niegas a ello, quedarás fuera del sistema, sufrirás la exclusión social y se te apartará del reparto de la “tarta”, condenándote a un no-futuro (lo que tampoco se dice es que la aceptación y práctica de esos “valores”, de esa ideología, tampoco es garantía de no sufrir sus consecuencias más lacerantes, pues es evidente que para que unas cuantas personas acumulen cada vez mayor “riqueza” es necesario, desde una perspectiva neoliberal, que un creciente número padezca la misma exclusión social y, por ello, está cada vez más presente en el propio Norte).

Reencuadrando el antimilitarismo

Todas las ideas y reflexiones señaladas, aquí simplemente apuntadas pero necesitadas de una mayor profundización y puesta en común, deberían servir para replantearnos tanto los retos del antimilitarismo como su marco de actuación.

El papel protagonista que durante muchos años ha jugado lo militar (y, como consecuencia, el militarismo) en el Estado español (de forma especialmente intensa en Euskal Herria, donde la presencia militar, la amenaza de intervención y la actuación del CESID y de grupos de guerra sucia paramilitares y parapoliciales ha sido una constante), ha hecho que desde el antimilitarismo hayamos incurrido con demasiada frecuencia en un análisis egocentrista del proceso de transformación social al que aspiramos, derivándose de nuestro análisis la errónea conclusión de que la clave de ese proceso transformador estaba en la supresión del militarismo por ser éste, en gran medida, el impulsor y garante del desorden social impuesto.

Este análisis centrado en lo militar nos ha llevado a su vez a presentar a los ejércitos como detentadores del monopolio de la violencia, olvidando con frecuencia remarcar que el monopolio que éstos ejercen es sobre la violencia física, que no es la violencia primaria, sino que lo es la violencia estructural, es decir, la que ejercen los poderes establecidos con sus políticas económicas, sociales y organizativas, siendo esta violencia mucho más mortífera y origen de las injusticias que en el ámbito local y mundial padecen los pueblos y personas, y a la que ha de hacerse frente no solamente desde el antimilitarismo, sino desde una gran diversidad de campos y agentes sociales.

Desde estas constataciones, a nuestro juicio, el antimilitarismo debería plantearse dos grandes objetivos estrechamente interrelacionados.

Por un lado, la labor de desenmascarar y denunciar los procesos de militarización presentes en nuestras sociedades (el concepto y modelo de “defensa”; la existencia de los ejércitos; el control social policial y parapolicial con sus vertientes reglamentaria –es decir las disposiciones legales que posibilitan y fomentan ese control social- y carcelaria; el gasto militar; la fabricación, comercio y exportación de armamentos; las estructuras y organizaciones militares y policiales –OTAN, UEO, CSCE, Schengen, Europol…-; el intervencionismo militar y las guerras “humanitarias”; las infraestructuras militares; la exaltación de lo militar y su introducción en el sistema educativo y en las costumbres sociales –desfiles y actos militares, presencia de autoridades militares…-; el cuestionamiento del monopolio de la violencia y la denuncia de la violencia estructural como violencia original; la guerra como método de “resolución” de conflictos; los conceptos de “Paz” y “Seguridad”; la jurisdicción y reglamentación militar, etc., etc., etc.).

Pero todo ello teniendo en cuenta que este hacer frente al militarismo no es sino un aspecto más, como decíamos antes, de la lucha por la transformación social y no puede ir paralela a ésta, sino íntimamente entrelazada. Por ello, nuestros análisis y propuestas deben tener en cuenta los análisis y propuestas de las demás gentes que, desde otros campos de trabajo, apuestan igualmente por esa transformación.

Se hace, pues, imprescindible romper nuestro tradicional “aislamiento”, para propiciar el contacto, el debate, puesta en común y acción conjunta con el resto de movimientos y agentes transformadores, lo que posibilitará que nuestras propuestas y alternativas no sean unidireccionales o parciales sino que, por el contrario, se complementen, consoliden y refuercen. Como consecuencia de ello, nuestra tarea transformadora –la particular y la colectiva- será mucho más rica y eficaz que si nos dedicamos cada cual a “hacer la guerra por nuestra cuenta”.

Y, lo que es más importante, este contrastar ideas, poner en común debates y reflexionar conjuntamente, servirá para tener más en cuenta, personal y grupalmente, que la lucha y práctica antimilitarista, por muy radical que ésta sea, no posibilitará por sí sola el horizonte social que pretendemos y que ha de ir acompañada de otros muchos procesos personales y colectivos, y que lo que realmente puede minar de raíz la ideología dominante es saber poner en práctica en nuestro día a día personal y militante, una serie de contravalores entre los que podemos señalar: la solidaridad; la generosidad; la lógica de las necesidades; el desarrollo cualitativo; la reducción de las necesidades superfluas; la valoración social de acuerdo con la capacidad de entrega y cuidado a los demás; la tranquilidad y la mesura; la autolimitación del consumo innecesario y el despilfarro, como base de una simplicidad voluntaria; la integración de las actividades humanas –trabajo, ocio- en el espacio y el tiempo; la preeminencia del valor de uso; la crítica a la benevolencia del «progreso”; el desarrollo autocentrado y la desconexión del mercado mundial, como vía para hacer frente a los graves problemas de la Periferia; la consideración de cada persona a partir de su propia singularidad –es decir, a partir de sus capacidades y limitaciones particulares-; el orden cimentado sobre las relaciones igualitarias, la participación colectiva, la tolerancia y la colaboración; la valoración de la escala reducida y el disfrute del sosiego –contrapunto al vértigo de la prisa- como algo más humano; la producción de bienes y servicios socialmente útiles, frente a la creación indiscriminada de las mercancías; y la necesaria congruencia ente lo que se dice y lo que se hace, así como la inexcusable prevalencia de la transparencia y la verdad como elementos transcendentales del cambio social.[6]


El militarismo en boga

Pero, con todo lo hasta ahora señalado, no estamos pretendiendo, ni mucho menos, afirmar que el militarismo haya pasado a la historia, ni que en nuestras sociedades y sistemas actuales haya dejado de jugar un importante papel.

Por el contrario, aunque, como ya hemos analizado, algunas funciones que el sistema capitalista tradicionalmente reservaba al militarismo han dejado de ser desarrolladas por éste, otras de esas funciones, en la fase neoliberal actual, no es sólo que las siga ejerciendo, sino que incluso algunas de ellas han cobrado una mayor importancia. Vamos a intentar señalarlas brevemente a continuación pues, en buena lógica, es en hacerles frente donde creemos que deberían centrarse los esfuerzos del antimilitarismo en los próximos años.

El “Nuevo (viejo) Orden (imperialismo) Mundial”

Como ya ha quedado apuntado, la desaparición del bloque político-militar del llamado “socialismo real” deja sin su principal “argumento” (la “necesidad de defenderse” ante un poderoso enemigo que intenta acabar con “la democracia y la libertad del sistema occidental”) a algunas de las principales políticas desarrolladas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, la carrera de armamentos, que con el pretexto de “estar bien preparados ante una posible/probable agresión de algún país enemigo (uno, y claramente indentificado)”, condicionó sobremanera las economías de los bloques enfrentados, “obligados” a dedicar inmensos recursos a la investigación, desarrollo y producción de armamentos; y, por otro, el concepto de “Guerra Fría”, que marcaba las relaciones políticas a nivel mundial, ya que ambos bloques intentaban consolidar su poder incrementando sus zonas de influencia en un cada vez mayor número de países del planeta.

De la mano de la nueva situación creada, no sólo parece ponerse en entredicho la “necesidad” del mantenimiento del gasto militar (como luego veremos), sino que la propia OTAN parece perder “su sentido”, ante la ausencia de países enemigos. Al mismo tiempo, los Estados Unidos pierden su papel de “salvadores del mundo desarrollado” y han de buscar un nuevo disfraz que encubra y justifique su política imperialista y su intervencionismo en aquellas zonas del planeta donde vea peligrar sus intereses.

Esta “peliaguda” situación lleva a los “ideólogos del sistema” a buscar rápidamente nuevos “argumentos” que les justifiquen. Es en este contexto donde aparece el concepto de “Nuevo Orden Mundial” y el papel protagonista de Estados Unidos, encargado de velar por la “seguridad del mundo civilizado” a escala planetaria (la “mundialización” y “globalización”, a todos los niveles, son otros de los nuevos conceptos que se introducen) ante la amenaza de los nuevos “enemigos” que esos “ideólogos” nos presentan: el narcotráfico y el terrorismo internacionales, las religiones y países integristas, y la inmigración “ilegal”.

El nuevo papel de los ejércitos

Ante este nuevo panorama dibujado, los ejércitos también se ven obligados a acometer su propio proceso de “reconversión”.

Por un lado, al ponerse en marcha formas de “adoctrinamiento social” mucho más sutiles que las que los propios ejércitos desarrollaban, pierde su sentido el mantenimiento del modelo de servicio militar obligatorio, dando paso éste a un modelo de ejército profesional, más acorde para las nuevas tareas que se le encomiendan, mejor dotado materialmente y técnicamente mejor preparado.

Por otra parte, y dentro del esquema globalizador señalado, desaparece, en gran medida, su condición de ejércitos nacionales encargados de “garantizar la seguridad” de sus respectivos países dentro del límite de sus propias fronteras, intensificándose paulatinamente su dimensión de ejércitos internacionales con gran capacidad de movilización, de tal forma que les permita rápidas intervenciones -incluso en diversas partes del planeta a la vez- para hacer frente a los nuevos enemigos internacionales ya señalados.

Finalmente, y para vender la idea de total transformación, se hace imprescindible una operación de marketing que maquille su imagen y, lo que es más importante, disfrace de humanitarias y pacificadoras lo que no siguen siendo sino intervenciones imperialistas para defender los intereses del modelo neoliberal capitalista.

Algunos de los procesos reseñados están aún en periodo de ajuste, no exento de ciertas fricciones, tal y como sucede con el proceso de unificación europea en cuestión militar, donde chocan el modelo propuesto por Estados Unidos y sus “aliados” –principalmente el Reino Unido- que propugnan un sistema de defensa europeo subordinado a la OTAN, y las propuestas de las que aspiran a ser las potencias europeas –el Estado francés y, en menor medida, Alemania- que pretenden asumir más protagonismo, potenciando una Estructura de Defensa Europea –ya sea UEO, PESC…- con iniciativa y capacidad de decisión propias en el ámbito europeo, aunque tenga que cohabitar con la estructura de la OTAN en el viejo continente.

La economía de guerra

1. El gasto militar

Como consecuencia de la desintegración del Pacto de Varsovia y de la dinámica de “Guerra Fría”, desde finales de los 80 y hasta bien entrados los 90 asistimos a un periodo de descenso del gasto militar mundial, que de 1 billón de dólares anuales llega a situarse en 700.000 millones.

Sin embargo, el descenso del gasto militar contabilizado a nivel mundial no debe llevarnos a concluir que este fenómeno se haya dado simultáneamente en todos los países, al contrario, en esos mismos años en varias zonas del planeta se incrementa de forma importante el gasto militar [así, según datos del SIPRI de 1998, el gasto militar mundial[7] en el 97 fue un 34% menor que en 1988, sin embargo, mientras es verdad que se reduce en el Africa Subsahariana (-46%), en Norteamérica (-31%), en Centroamérica (-39%), en Europa (-53%) y en Oceanía (-1%), por el contrario, se incrementa en el Norte de Africa (+45%), Sudamérica (+14%), Asia (+26%) y Oriente Medio (+9%)], lo que sucede es que, dada la gran importancia del gasto de Estados Unidos y de los países de la antigua Unión Soviética en el conjunto del gasto militar mundial, la reducción que ambas partes ejecutan durante esos años conlleva un efecto de reducción del total general, que puede conducir a engaño.

De cualquier forma, a partir principalmente de 1997 se conjugan varios factores que acaban con esa tendencia a la disminución del gasto militar. Por un lado, las intervenciones “humano”-imperialistas (contra Irak principalmente y, en menor medida, en los Balcanes) incrementan considerablemente el gasto; por otra parte, igual efecto provoca la apuesta por modernos ejércitos profesionales altamente tecnificados que inician no pocos países europeos. A ello hay que añadir el cambio de rumbo que adopta la política estadounidense en este tema (un Clinton muy presionado por los lobbys de la industria militar y necesitado de reforzar su imagen de “guerrero”), pasando ahora a hacer una clara apuesta por el aumento del gasto militar. Así, a primeros de 1999 el presidente estadounidense propone un incremento adicional de los gastos de defensa de 14,2 billones de pesetas (a repartir en 6 años), suponiendo el incremento más importante del gasto militar en Estados Unidos desde que en los años 80 Reagan propusiera la famosa “Guerra de las Galaxias”[8].

Todo apunta (así lo están reclamando tanto la OTAN como la UEO) a que en los próximos años contemplaremos un importante y continuo repunte del gasto militar. En el caso del Estado español, el presidente Aznar el pasado octubre declaraba que los 965.000 millones presupuestados por el Mº de Defensa para el año 2000 (no confundir con el gasto militar, que para ese año el Colectivo Tritón ha cifrado en 2 billones 554.523 millones de pesetas) le parecen insuficientes, proponiendo aumentarlo a corto plazo hasta alcanzar el 2% del PIB (esto es, un incremento del 66%, unos 600.000 millones más).

2. La producción y comercio de armamentos

Como en el caso de los gastos militares, y por idénticos motivos, la fabricación de armamento, material militar y civil de doble uso, experimentó una cierta paralización a finales de los 80 y principios de los 90[9].

No sucedió lo mismo con el comercio de armamentos, ya que, aunque la producción sí disminuyó, se dio un importante movimiento de los stocks acumulados en las numerosas fábricas de armamento de los países de la antigua Unión Soviética, todos ellos sumergidos en una gravísima crisis económica y angustiosamente necesitados de ingresos. Paralelamente, el final de la llamada “Guerra Fría” abrió las puertas a un importante mercado de “segunda mano”, cuyos puntos de destino fueron, esencialmente, las diversas zonas del llamado “Tercer Mundo”, contribuyendo con ello a abrir camino a las guerras como forma de “afrontar” los numerosos conflictos latentes en esas zonas.

En cualquier caso, y en lo que respecta a ventas de nuevo armamento, si bien se dio una importante bajada hasta el año 94, a partir de entonces comenzó un incremento continuado del montante de ventas de armas en el mundo, en algunos casos muy significativo, como, por ejemplo, en 1997, donde ese incremento fue del 12%, alcanzando la cifra de 6,5 billones de pesetas[10].

En el caso del Estado español, las cifras oficiales de exportaciones de material militar (muy por debajo de las reales, y sin incluir los datos del material de doble uso, tal y como denuncia constantemente la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos) pasaron de 9.478 millones en 1994 a 16.399 en el 95, 19.472 en el 96, y 95.128 en el 97, año en el que el Estado español ocupó el quinto lugar entre los mayores exportadores de armamento del mundo.

3. El rearme que viene

Acabamos de comentar los datos relativos a las exportaciones de armamento, pero no podemos olvidar otro importantísimo aspecto de la fabricación, el dedicado a la investigación y producción de armamentos para los ejércitos propios que, en la actualidad, está volviendo a propiciar un auténtico proceso de rearme.

Así, por ejemplo, el presidente Clinton, en sus presupuestos para 1999 incluía ya una propuesta de incremento del gasto previsto en 1,7 billones de pesetas, íntegramente dedicada a la “modernización del arsenal”.

En el caso español, el Mº de Defensa ha anunciado su intención de, en el plazo de tres años, aumentar su presupuesto de inversiones en un 43%. Entre los objetivos del Ministerio está la construcción de 4 Fragatas F-100 (280.000 millones), la compra de 30 helicópteros de ataque (150.000 millones), 235 carros de combate (317.000 millones) y 1 billón de pesetas más para la adquisición de los “EF-2000”, anteriormente conocido como “Avión de Combate Europeo”, y en la actualidad como “Tifón”.

En este tema se está produciendo una reordenación importante, ya que los principales países productores europeos (Alemania, Estado francés, Italia, Reino Unido y Estado español) pretenden aumentar su capacidad de competencia con la industria militar estadounidense, y ello está llevando tanto al impulso de organismos como la Agencia Europea de Armamento, como a la creación de grandes consorcios entre las empresas líderes en cada sector de los países indicados, lo que está acelerando la desaparición de las pequeñas empresas y su absorción o concentración en torno a las grandes. Esta tendencia seguirá incrementándose en los próximos años.

Control social

Ya en el análisis inicial comentábamos cómo el capitalismo neoliberal, bajo un aparente velo de “democracia y libertad”, ha conseguido imponer su modelo económico y social, no sólo como si fuera el mejor de los posibles, sino incluso introduciendo la idea de que es el único posible (buena demostración de ello es la idea del “fin de la Historia” introducida machaconamente por los “intelectuales” del sistema, con Fukuyama a la cabeza).

Pero sucede que ese sistema se basa en la explotación que unas pocas personas realizan sobre la inmensa mayoría: según el Informe sobre Desarrollo Humano de Naciones Unidas, las tres personas más ricas del mundo acumulan una riqueza que supera el PIB de los 48 países más pobres del planeta; 225 personas poseen tanta riqueza como la mitad de la Humanidad; un 20% de la población mundial consume el 86% de todos los recursos de la Tierra.

Este “fenómeno” (en absoluto provocado por “causas naturales”, sino producto de las políticas impulsadas por los centros económicos de Poder –Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y GATT, principalmente-, dominados todos ellos por los Estados Unidos, como ya hemos comentado) no se produce simplemente entre países o zonas del planeta (Primer y Tercer Mundo; Norte y Sur) sino que, y cada vez con mayor intensidad, tiene lugar en el interior de los llamados países ricos, donde un numero creciente de población queda excluida de los modos de vida que caracterizan a esos países, dando lugar así al llamado Cuarto Mundo o a la división Centro/Periferia.

Las formas que tiene el capitalismo neoliberal para controlar y sofocar los intentos de rebeldía (por convicción o necesidad) de ese cada vez mayor número de personas excluidas (excluidas de la capacidad de disfrute de una vida digna, cuando no de la propia vida) es diferente según las zonas del planeta. Así, si hablamos de zonas “pobres” siguen siendo los militares directamente o los gobiernos títeres (teledirigidos por el país rico que ejerza su influencia o posea intereses económicos en esa zona) quienes imponen su “orden” (aquí nada “nuevo”) a sangre y a fuego (en sentido literal en no pocas ocasiones).

Por el contrario, en las zonas “ricas” del planeta esta función se lleva a cabo a través de las diversas caras del control social, tanto las más evidentes (cuerpos policiales de todo tipo -públicos y privados-, sistema carcelario…), como los más sutiles (medios de comunicación –aparentemente plurales y variopintos pero controlados por un reducidísimo número de accionistas-; códigos y legislaciones penales; poder judicial sometido al político; concentración de “marginados” en zonas y barrios concretos…) o los más sofisticados (videovigilancia; espionaje e intervención de comunicaciones telefónicas e informáticas; control de tarjetas magnéticas de todo tipo; creación de ficheros policiales personificados con información genética incluida…). Con este objetivo, “crecen como hongos” acuerdos y estructuras policiales de coordinación internacional, entre las que tenemos el Acuerdo de Schengen, EUROPOL, ECHENOL, ENFOPOL…

Estas medidas de “control” que se venden como forma de garantizar la “seguridad” ante una creciente sensación de “inseguridad ciudadana” (hábilmente alimentada por los medios de comunicación), esconde en realidad una burda maniobra de eliminación física (en Estados Unidos en la actualidad hay 3.700 personas condenadas a muerte “esperando” su ejecución, y de 1990 a 2000 se ha duplicado la población reclusa pasando de 1 a 2 millones de personas encarceladas) dirigida contra núcleos concretos de población (por ejemplo, según el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, aunque la comunidad afroamericana sólo representa el 13% del total de la población, constituye el 50% de la encarcelada, lo que rápidamente se entiende si tenemos en cuenta, por ejemplo, que según la misma fuente, mientras la población blanca constituye el 75% de los consumidores de estupefacientes, la comunidad negra representa el 75% de los consumidores encarcelados).

No nos extenderemos más en el análisis del control social, pues ya fue el tema central que desarrollamos en nuestro dossier del 97, al que os remitimos.

Las “propiedades” del Mº de Defensa

Uno de los campos de trabajo que nos parece debería abordar con mayor decisión el antimilitarismo en los próximos años es el de la denuncia del mercadeo y usurpación que está acometiendo el Mº de Defensa con “sus” propiedades inmobiliarias. Y ello principalmente por dos razones:

  • En primer lugar, porque el Mº de Defensa es en la actualidad el mayor latifundista y terrateniente del Estado español, pues posee 2.000 propiedades que ocupan algo más de 1.000 millones de metros cuadrados, 39.206 viviendas (ya que en los últimos años ha vendido más de 5.000), 1.500 locales comerciales y 9.000 garajes.

Lo grave del asunto es que la inmensa mayoría de esas propiedades han sido acumuladas a lo largo de los años a través de expropiaciones y “cesiones”, arrebatándolas a las poblaciones y propietarios originarios so pretexto de “necesidades de la Defensa”.

En el caso de Hego Euskal Herria, Defensa posee en la actualidad 855 viviendas (331 en Nafarroa, 258 en Gipuzkoa, 149 en Bizkaia y 117 en Araba) y 40.245.000 m² repartidos por un total de 81 parcelas (25.646.000 en Nafarroa, 8.548.000 en Araba, 4.894.000 en Gipuzkoa y 1.157.000 en Bizkaia).

  • En segundo lugar, porque en base a ese capital inmobiliario, sustraído a la sociedad, el Ministerio de Defensa ha comenzado una estudiadísima campaña de venta de terrenos y viviendas de tintes escandalosos, no sólo por lo que supone de no devolución a las legítimas personas propietarias de unas posesiones que Defensa ya no va a utilizar, o por las clarísimas trazas especulativas en muchas de esas operaciones de venta (intentando vender a precio de mercado actual –en muchas ocasiones a instituciones públicas, como Ayuntamientos- edificios que fueron construidos como “viviendas sociales”, o intentando obligar a esos Ayuntamientos –por ejemplo, en Madrid- a cambiar sus normativas para construir viviendas de mucha más altura de las inicialmente previstas en los planes de urbanización), sino, y he aquí la mayor gravedad del tema, porque lo obtenido de esas ventas (las propiedades susceptibles de ser vendidas han sido tasadas, a petición de Defensa, por la Auditoría Arthur Andersen y el banco de negocios Natwest Markets, quienes las han valorado en más de un billón de pesetas) será –está siendo- destinado directamente a la adquisición de infraestructura y armamento (en enero de 1999 constituyó para ello la Gerencia de Infraestructuras y Equipamientos de la Defensa –GIED-, a la que capacitó legalmente para desarrollar esa tarea), siendo al mismo tiempo una cantidad que no se incluye en los Presupuestos del Mº de Defensa, ni en los gastos de armamento que éste lleva a cabo.

Educación y militarismo

En el análisis inicial comentábamos que ya no es el servicio militar obligatorio el mecanismo utilizado para inculcarnos los “valores” que el sistema pretende que interioricemos para moldearnos y amoldarnos a los comportamientos y actitudes que necesita que desarrollemos para no verse cuestionado.

Igualmente, hemos apuntado cómo en el Estado español, y especialmente en Euskal Herria, la tarea desarrollada por los colectivos antimilitaristas, a través principalmente de la campaña de insumisión, ha conseguido una cierta deslegitimación del militarismo (menor de lo que nos hubiera gustado, pero en cualquier caso real) y que en la actualidad tiene un importante reflejo en las dificultades del Mº de Defensa para encontrar suficientes personas dispuestas a formar parte del ejército profesional.

Del mismo modo, hemos señalado que los ejércitos –y el militarismo en general- se han visto obligados a realizar una campaña de marketing o “lavado de imagen” y en la que, como exponente fundamental, nos encontramos con la idea de presentar a los ejércitos como “garantes de la Paz” (una Paz tan en mayúscula como abstracta, hueca, vacía de contenidos) y expertos “pacificadores” (y sus puestas en acción como “intervenciones humanitarias”); a los ministerios y políticas que depositan en la guerra y su amenaza la resolución de los conflictos, se les rebautiza como Ministerios de “Defensa” y Políticas de “Paz y Seguridad”; y a los asesinatos en masa de poblaciones civiles en las guerras, “daños colaterales”.

Teniendo en cuenta los tres elementos señalados, el Ministerio de Defensa español ha decidido intentar inculcar parte de su “ideología” y reforzar su campaña de nueva imagen introduciéndose en los distintos niveles del sistema educativo.

Así, nos encontramos con que, de cara a los niveles primarios, ha intensificado iniciativas del tipo “Día de puertas abiertas” en los cuarteles, con invitaciones masivas a los centros escolares; participaciones en exposiciones y actividades lúdico-infantiles como los PINs (Parques Infantiles de Navidad), o la convocatoria de los “Premios Ejército”, dirigidos a la población escolar.

Igualmente, ha elaborado diversos materiales (en soporte impreso y vídeo) sobre las bonanzas de los ejércitos, distribuidos en 5.500 centros educativos de diversos niveles, y contactado con editoriales de libros de texto para interesarles en la inclusión de los contenidos y enfoques que le interesan.

Dirigido al profesorado de la ESO, ha firmado acuerdos de colaboración (por ejemplo, con la Generalitat valenciana) para que coroneles y capitanes del Instituto Español de Estudios Estratégicos –IEEE- impartan al profesorado cursos titulados “Educación para la Paz”, en los que transmitir su particular visión sobre “el papel del Ejército en la historia de España”, “la Paz y la Seguridad” o “los porqués del desencuentro actual entre la sociedad española y sus Fuerzas Armadas”.

En el nivel universitario, está impulsando la firma de acuerdos para la creación de cátedras especiales sobre “Paz, Seguridad y Defensa”. A través de la Academia General Militar ha llegado a un acuerdo con 5 departamentos de la Universidad de Zaragoza para incluir en el tercer ciclo y doctorado un programa titulado “Conflictos, Seguridad y Solidaridad”.

Y todo apunta a que es una dinámica que no ha hecho más que empezar.

Ideas y propuestas de trabajo a desarrollar

Una vez señalados los posibles campos de trabajo a abordar desde el antimilitarismo, no estaría de más abandonar por un momento el análisis y la reflexión teóricas para darle un pequeño espacio también a las posibles propuestas de trabajo a desarrollar.

A ello dedicaremos las breves líneas siguientes, no con el ánimo ni de desarrollar un exhaustivo listado de propuestas, ni de imponer o sugerir priorizar en las que aquí comentamos sobre las que puedan ir surgiendo desde otros colectivos o personas, sino con la intención de recoger algunas iniciativas que ya están en marcha o a debate, y facilitar el paso de la transformación de las ideas en realidades de trabajo.

Ante el Nuevo/Viejo Orden/Imperialismo Mundial

En los últimos tiempos están surgiendo experiencias de coordinación y trabajo conjunto entre numerosos colectivos de los llamados “antagonistas”, que pretenden hacer frente a ese “Nuevo Orden Mundial”. Estas experiencias, tanto locales (semanas de luchas sociales), como estatales (Movimiento AntiMaastrich) e internacionales (concentraciones tipo Seattle ante la “Ronda del Milenio” de la Organización Mundial del Comercio) han contado, por lo general, y especialmente en el Estado español, con una escasísima participación y aportación antimilitarista.

El debate sobre la nueva configuración de las estructuras militares (la “nueva OTAN”, la Identidad de Defensa Europea, la UEO) y el diseño de las políticas imperialistas que van a seguir desarrollando, no es sólo que no sea ajeno a los dictámenes que emanan de organismos como el FMI, el Banco Mundial o la OMC, sino que son éstos quienes, desde sus intereses económicos, marcan las pautas que deben seguir las estructuras militares. Es imprescindible, por tanto, la incorporación de los puntos de vista y contenidos antimilitaristas en esas plataformas antagonistas para incorporar el análisis y la denuncia de esta interrelación, y nuestra presencia en las mismas nos servirá, al mismo tiempo, para obtener un conocimiento mucho más amplio y rico de las claves en las que se plantea ese “Nuevo Orden Mundial”.

Cuestionar los ejércitos y sus disfraces humanitarios

Hemos señalado ya tanto el nuevo papel que cumplen los ejércitos como la imagen “humanitaria y pacificadora” con que intentan presentárnoslos. Hemos de reconocer que, hasta el momento, no hemos sabido desarrollar una denuncia y crítica adecuada a ambas cuestiones.

En el ámbito estatal, por ejemplo, se echa en falta una labor de seguimiento y denuncia del papel que militares y guardia civiles españoles, bajo el paraguas de la colaboración y ayuda humanitaria, llevan realizando desde hace años en diversas zonas de Latinoamérica (Guatemala, El Salvador, Colombia…) y Africa (Angola, Guinea…) y que, en la mayoría de los casos, esconde labores de asesoramiento y entrenamiento a ejércitos y cuerpos policiales de gobiernos dictatoriales para aplicar las más avanzadas técnicas de represión, tortura, espionaje…

De igual forma, pocos reflejos e imaginación hemos demostrado ante los diferentes episodios de guerra declarada con intervención de tropas internacionales que se vienen produciendo en diferentes partes del planeta. En este sentido, la creación de “observatorios de conflictos” que en algunas zonas del Estado español se ha iniciado (aquí la coordinación con colectivos internacionalistas parece imprescindible) nos parece una interesante propuesta para iniciar nuestra tarea de denuncia, antes incluso de que el conflicto se transforme en guerra, muy coherente además con nuestro argumento de que la mejor forma de resolver las guerras es trabajar en la resolución de los conflictos previos que las posibilitan.

Otra iniciativa apasionante podría ser plantearse, de una vez por todas, impulsar una campaña de cuestionamiento tanto de los ejércitos en sí, como del concepto de defensa que impera en nuestras sociedades. La apertura de este debate a nivel social precisará de buenas dosis de imaginación y tendrá que hacer frente a no pocos obstáculos pero, sin duda, es uno de los aspectos que más posibilidades de desenmascaramiento del militarismo nos ofrece. La coordinación o intercambio de información con otras organizaciones antimilitaristas que desde hace tiempo han abordado parecidas cuestiones (la plataforma “Por una Suiza sin ejércitos”) podría ser muy enriquecedora. En el debate sobre la construcción social de una Euskal Herria autodeterminada, nuestra apuesta por la abolición de los ejércitos y la propuesta de un concepto de defensa acorde con los verdaderos intereses de la población, parece también una tarea inaplazable.

El “desmaquillaje” de los ejércitos “humanitarios y pacificadores” podría completarse con una recopilación y seguimiento de las ya múltiples atrocidades (violaciones, torturas, asesinatos, desmanes varios…) cometidos por esas tropas que, poco a poco con el paso del tiempo, se van desvelando.

Contra el gasto militar

Este es uno de los temas que más interés parece estar despertando tanto en no pocos taldes antimilitaristas, como en algunas otras organizaciones (la coordinadora estatal de ONGs para el desarrollo, por ejemplo).

Pensamos que, con ser importante, el papel de los grupos antimilitaristas en este tema no se debería limitar a la simple denuncia de la verdadera dimensión del gasto militar, sino que habría que saber poner éste en relación con las carencias sociales más evidentes (pobreza y exclusión social, problemática de la vivienda, insolidaridad Norte-Sur…), para lo cual es evidente la necesidad de hacer un trabajo conjunto con las gentes que vienen trabajando estas problemáticas.

A ello debería añadírsele dosis de imaginación para elucubrar nuevas propuestas de desobediencia civil que abran caminos de participación y cuestionamiento. En este sentido, y reconociendo los méritos del trabajo desarrollado desde ya muchos años por las gentes que vienen impulsando la objeción fiscal, osaremos, con todos los respetos a ese trabajo, cuestionar la actual eficacia y viabilidad como propuesta de desobediencia civil de la objeción fiscal (al menos como ha venido siendo planteada hasta el momento). Es un debate que sabemos también abierto entre los propios colectivos de objeción fiscal (se baraja la posibilidad, entre otras cosas, de campañas de desobediencia a los impuestos indirectos, al consumo de determinados productos, etc.), por lo que confiamos en que se sepa dar respuestas adecuadas a los nuevos retos.

La producción y comercio de armamentos

Es, quizá, uno de los temas que más dificultad de desarrollo presenta para los colectivos antimilitaristas interesados en trabajarlo.

Habitualmente, y por ser la experiencia registrada en el Estado español, se ha unido esta labor al requerimiento de una serie de conocimientos previos -y cuasi dedicación exclusiva- que parecía hacer concluir que ésta debería ser una tarea desarrollada por personas “expertas”.

Al margen de que desconfiamos de la “sabiduría” de las personas “expertas” que no saben trasladar sus “conocimientos” y ponerlos en común y al servicio de las personas y colectivos para que, así, de una forma conjunta y sin protagonismos personales se les saque todo el partido, queremos dejar claro que, en nuestra opinión, la mejor forma de desarrollar esta tarea es otra.

Pensamos que la forma más fácil y adecuada es que el trabajo se desarrolle por los colectivos locales de aquellas zonas donde se encuentran ubicadas tanto las fábricas de armamento como los centros (puertos, aeropuertos…) desde donde se inician las exportaciones de armamento. Y ello por dos razones. Por un lado, porque la obtención de datos e información es mucho más fácil de lograr en las propias localidades (los contactos a través de relaciones personales, e incluso de observación directa, son realmente posibles) y, por otro, porque las gentes de la zona son las que mejor van a saber cómo introducir el debate sobre el cuestionamiento de la producción de armamentos en unas poblaciones donde el miedo al paro suele funcionar como argumento, cuestionable, pero real.

Del mismo modo, deberíamos plantearnos estos temas conjuntamente tanto con los grupos internacionalistas (especialmente en el comercio y exportación de armamentos) como con escuelas universitarias y organizaciones sindicales, dos colectivos cuya participación será imprescindible en la medida que intentemos hacer de la conversión en civil de la producción militar algo más que un lema o deseo.[11]

Al mismo tiempo, habrá que ver cómo aprovechar sinergias que puedan surgir de campañas que grandes ONGs internacionales pongan en marcha (contra las armas ligeras, por la transparencia en la exportación,…) para, desde planteamientos más amplios que los suyos, incorporar contenidos antimilitaristas.

En Euskal Herria, pensamos conveniente recuperar la marcha anual a las fábricas de armamento. Marcha precedida de un trabajo previo de contacto con la plantilla de la fábrica en cuestión y con la población de la localidad donde esté ubicada, para lo cual se hace necesaria la coordinación con los colectivos locales dispuestos a involucrarse.

En todas estas cuestiones reiteramos, una vez más, nuestra total disponibilidad para poner en común en actos públicos o reuniones privadas lo que han sido nuestras experiencias, métodos de trabajo utilizados, errores, aciertos… por si pudieran valer a cualquier grupo dispuesto a comenzar una tarea similar.

El rearme que viene

Teniendo en cuenta lo comentado sobre la marcada tendencia al rearme mundial que parece venirnos encima, creemos que sería un momento adecuado para pensar en una campaña que enlace los contenidos de los dos anteriores temas (gasto militar, producción y exportación de armamentos) porque así podríamos unir a la inutilidad social en sí misma del gasto militar, la percepción clara de sus crueles y sangrantes consecuencias (la fabricación y nuevos armamentos y su exportación a países pobres en conflicto, para que éstos se transformen en guerras que supongan nuevos pedidos).

Al mismo tiempo, y especialmente en el caso de Euskal Herria, trabajar sobre la triste realidad de que en los tres grandes proyectos de programas de armamento que impulsa actualmente el Ministerio de Defensa español, hay empresas vascas participando en su desarrollo y producción (en el caso del avión de combate europeo cerca de una decena, especialmente Industria de Turbo Propulsores –ITP-; en el carro de combate Leopard, otro grupo encabezado por Sociedad Anónima Placencia de Armas –SAPA-; y en las Fragatas F-100, Sidenor y quizás próximamente los astilleros públicos civiles que parece van a agruparse con los astilleros militares de Bazán), y buena parte de las exportaciones más sangrantes e ilegales de armamento, históricamente, han procedido de empresas vascas (EXPAL y GAMESA, y el sector de “arma corta”, principalmente).

Control Social

Aquí hay una ardua tarea. Por un lado de difusión de los diferentes aspectos del control social con aportación de datos concretos:

  • Número de policías (sean del cuerpo que sean) por habitante
  • Dimensión de las policías privadas y denuncia del papel que desarrollan
  • Reglamentación de la videovigilancia, contabilización y señalización de la ubicación de cámaras fijas y denuncia del uso de las cámaras móviles
  • Disposiciones legales que propician el control social y su aplicación
  • La creación de ficheros policiales personalizados (no estaría de más una campaña masiva de petición de entrega de los datos que figuran en la ficha policial de cada cual, algo legalmente posible)
  • El control de datos ejercido a través de la utilización de cualquier tipo de teletarjetas, documentos magnéticos o recibos
  • El papel de las grandes redes de control telemático (ficheros Scheengen, ENFOPOL, ECHENOL,…)
  • El uso de nuestros datos genéticos para fines absolutamente ajenos a la salud

Pero también de denuncia de otras formas de control social más sutiles, vía disciplinamiento, sometimiento y represión:

  • El papel de los medios de comunicación
  • La restricción y represión de las actividades de denuncia pública (movilizaciones, pegadas de carteles…)
  • El sistema carcelario como forma de ocultar y “desaparecer” a perfiles concretos de “delincuentes”
  • Los condicionamientos de conducta que nos imponen tanto el paro y la precariedad laboral como el consumismo y el “encadenamiento” de por vida a créditos bancarios
  • El sistema “educativo” y el inmenso poder de influencia y control del profesorado, y la imprescindibilidad de las titulaciones
  • Las leyes de extranjería
  • Los planes de desarrollo del “pilar de seguridad y justicia europeo”

Como vemos, toda una amplísima gama de temas a desarrollar, que en la mayoría de los casos no han sido ni iniciados y que, además, requerirán de un esfuerzo añadido para plasmar en realidades concretas, palpables, constatables, lo que hoy por hoy para la mayoría de la población no son sino delirios paranoicos de quienes tienen “algo que ocultar o que callar”.

Las propiedades militares

En este campo vienen desarrollándose desde hace ya mucho tiempo distintas campañas y movilizaciones de oposición y denuncia a grandes superficies militares (Bardenas, Anchuras, El Teleno…), a las que en los últimos tiempos se han ido incorporando campañas contra cuarteles y comisarías (Mungia, Erandio, Oiartzun…).

Las intenciones de Defensa de especulación y venta de propiedades y terrenos (en lugar de su devolución a las poblaciones de los municipios en que se ubican), abren la posibilidad de una campaña de denuncia y cuestionamiento no sólo de la especulación en sí, sino del propio hecho de que militares y policías sean los mayores terratenientes del Estado español, y levanten por doquier fastuosas comisarías y cuarteles (la futura “megabase” de la OTAN en Rota; el “supercuartel de la OTAN en España”; las propuestas para un supermoderno edificio del CESID; los planes para modernizar cuarteles del futuro ejército profesional… son ya algo más que simples papeles; en Euskal Herria, la Ertzaintza sigue con sus construcciones de espectaculares supercuarteles y comisarías, y hasta la propia Guardia Civil parece proyectar un supercuartel en Barakaldo).

La experiencia acumulada parece aconsejar el impulso de coordinadoras y plataformas locales que reúnan tanto a colectivos antimilitaristas, ecologistas y vecinales, como a cualquier otro tipo de organizaciones sociales y populares dispuestas a movilizarse.

Tampoco sería inoportuno plantearse una coordinación entre las diferentes iniciativas (coordinación que entre algunas de las plataformas de oposición a los campos de tiro del ejército ya existe) para intentar fortalecerse mutuamente, e incluso lanzar propuestas (de movilización o actuación) conjuntas.

Educación y Militarismo

En este campo en los últimos tiempos han surgido al menos dos iniciativas interesantes.

En primer lugar, la propuesta de objeción de conciencia a la militarización en las escuelas que, lanzada desde la coordinación entre diferentes colectivos sociales y organizaciones del profesorado catalanas, llama a practicar pública y abiertamente la objeción de conciencia a la impartición de contenidos militaristas en los centros escolares.

A nivel estatal, y con el trabajo en común de sindicatos de la enseñanza, organizaciones de alumnas y alumnos, colectivos impulsores de otros modelos educativos, grupos antimilitaristas y a favor de los derechos humanos, se ha creado la Coordinadora Contra la Militarización en la Escuela. Entre algunas de las tareas que ya ha abordado esta Coordinadora está la realización de talleres en Centros de Profesorado y Recursos (CPR).

Así mismo, la Fundació per la Pau ha puesto en marcha una interesantísima campaña titulada: “Por la paz: Basta de investigación militar!” que, entre otras cosas, pretende conseguir que las universidades se pronuncien a favor de un aumento de los presupuestos para la investigación civil, a costa de la investigación militar, y adoptar un compromiso que permita conocer la transparencia de los fondos de financiación de sus grupos de investigación.

El movimiento antimilitarista

No quisiéramos poner punto (y seguido) a este análisis sobre militarismo y antimilitarismo sin dedicar un breve espacio a dar nuestra opinión sobre la actual situación del movimiento antimilitarista, más aún en un momento como el actual en el que no faltan voces agoreras que hablan de su desaparición, y en no pocos ambientes antimilitaristas se padece una cierta sensación de crisis que parece está volviéndose una losa demasiado pesada en algunos casos.

¿Crisis en el Movimiento Antimilitarista?

Sin pretender cuestionar la sensación de cada cual, que no nos parece objetivable, a nuestro entender, habría que saber a qué nos estamos refiriendo con la palabra “crisis” cuando se utiliza unida al diagnóstico actual del movimiento antimilitarista.

Así, si dándole el significado de la acepción más popular se pretende decir que el movimiento antimilitarista está en una “situación momentáneamente mala o difícil”, creemos que el diagnóstico sería incorrecto. Ahora bien, si siguiendo la acepción más etimológica lo que se insinúa es que se halla en una “situación de cambio muy marcado”, nos parece que nos encontraríamos ante una calificación muy apropiada. No obstante, la cuestión estaría en ver cómo afrontar y resolver ese cambio marcado, para no terminar cayendo en una situación mala o difícil.

Tampoco nos parece correcto, a la hora de “diagnosticar” la salud del “paciente”, establecer comparaciones entre la capacidad de influencia social, el poder de movilización o la frecuencia de aparición en las “agendas” políticas y de los medios de comunicación que tiene en la actualidad, con el que llegó a tener en los momentos más intensos de la campaña de insumisión (sería mucho más correcto establecer la comparación con la situación que se vivía en los albores de esa campaña, a mediados de los 80), simplemente porque son dos situaciones distintas, y erraríamos si pensáramos que el auge socio-político-mediático conseguido con la insumisión es extrapolable a cualquier otra iniciativa que se lance desde el antimilitarismo. En la campaña de insumisión se nos apoyó fundamentalmente –y a pesar de nuestros esfuerzos para que el mensaje fuera más amplio- porque conseguimos convencer a una mayoría social de la inutilidad del servicio militar obligatorio y, una vez conseguida la desaparición de éste, “las aguas han vuelto a su cauce”.

Tampoco habríamos de olvidar algunos de los aparentemente “efectos colaterales” que ha propiciado la insumisión y que, a nuestro parecer, son más importantes que el final de la mili. Sin llegar a convertirse en activas antimilitaristas, a muchas de las personas que nos han apoyado el contacto con el movimiento antimilitarista les ha servido para replantearse algunos de los “principios incuestionables” que el militarismo había conseguido hacer asimilar a nuestra sociedad y ello, sin duda, va a permitir que el punto de partida de nuestras próximas propuestas e iniciativas sea mucho menos complicado que cuando comenzamos a lanzar la campaña de insumisión. De igual forma, el familiarizar y hacer copartícipes a un elevado número de personas de una campaña de desobediencia civil, y demostrar la potencialidad que tiene como herramienta para que las sociedades se defiendan ante las injusticias, creemos que va a ser sin duda uno de los frutos más aprovechables (en Euskal Herria, por ejemplo, es evidente que tras la insumisión, la apuesta por la desobediencia civil como estrategia de lucha es ya un hecho entre gentes que antes se mostraban cuando menos recelosas ante su idoneidad o eficacia).

Pero comentábamos antes que la definición de crisis nos parece adecuada si hace referencia a una situación de cambio muy marcado. Veamos pues, a nuestro entender, cuáles son las principales características de ese cambio que el movimiento antimilitarista debería afrontar.

Cuestiones a revisar

En primer lugar, creemos que se hace indispensable un sosegado análisis por parte del mov. antimilitarista (ahora que no padecemos los vértigos y premuras que la dinámica insumisa nos imponía) sobre las actuales características del militarismo, para así poder definir cuáles son los objetivos que debería marcarse el antimilitarismo (lo que hemos tratado de hacer en los dos primeros apartados de este “totxo”).

En segundo lugar, y a renglón seguido de lo anterior, detenernos a observar y tratar de comprender las características de las sociedades en que vivimos, para poder analizar cómo dirigir nuestras propuestas para hacerlas entendibles y asumibles. Nos parece básico el esfuerzo pedagógico a realizar para acercar y facilitar la asunción por la población de nuestros contenidos y propuestas, y, para ello, es indispensable situarnos como parte integrante de esas sociedades, y no aparecer antes sus ojos como iluminad@s visionari@s, con una carga de poderosas razones que el resto de la población no comprende y a la que “debemos salvar”, quiera o no.

Es decir, tenemos que saber plantear y enmarcar nuestras reivindicaciones y planteamientos teniendo en cuenta como punto de partida la “mentalidad social actual”. Ello nos puede llevar, en no pocas ocasiones, a arrancar de propuestas muy básicas (lo cual no debe ser entendido como una “rebaja de contenidos”) que, en la medida que vayan siendo asumidas por las poblaciones, y con antelación a ser “asimiladas” por las instituciones, deberán ir aumentando gradualmente su carga reivindicativa (el paso de la objeción a la insumisión es un buen ejemplo de lo que queremos decir).

Hemos de romper con uno de los lastres que la insumisión nos ha legado, la idea de movimiento antimilitarista como movimiento juvenil e integrado por hombres. Teniendo en cuenta los campos de trabajo que anteriormente hemos señalado, parece claro que el militarismo afecta a todo tipo de sexos y edades, y, en lógica correspondencia, la respuesta antimilitarista no debería partir de edades o sexos concretos. La forma de abrir las puertas del antimilitarismo, y saber incorporar a todo tipo de personas será, probablemente, uno de los mayores retos a asumir a corto plazo, pues ello supondrá revisar estéticas, formas de organización, planteamientos de acciones, formas de relación, tipo de discursos y lenguajes…, es decir, replantearse costumbres y dinámicas que mantenemos desde hace años -y en las que nos desenvolvemos con comodidad-, pero que están en la base de la dificultad o imposibilidad de incorporación con la que se encuentran, en general, las mujeres y personas a partir de cierta edad, cuando intentan sumarse al movimiento antimilitarista.

En esta línea, pensamos que se hace necesario introducir la perspectiva de género. Es decir, tener en cuenta que, actualmente, mujeres y hombres nos hallamos ante situaciones, necesidades e intereses distintos, por lo que hemos de introducir dicha perspectiva en todas las fases de trabajo –análisis, diseño, ejecución y evaluación- de cada una de nuestras actuaciones.

Por otra parte, es imprescindible que nuestras actitudes y comportamientos, nuestros modelos organizativos y de funcionamiento, etc., estén en consonancia con el principio de igualdad, de manera que habremos de desarrollar el uso no sexista del lenguaje –público o privado- y de la imagen, la paridad entre hombres y mujeres en cuanto a la toma de decisiones y representatividad, etc.

Sin embargo, y dado que la situación de discriminación social que viven las mujeres no tiene su origen en el militarismo, sino en la actual organización social –de carácter patriarcal-, no creemos que el antimilitarismo deba desarrollar un trabajo específico sobre “mujer y antimilitarismo”, aunque, evidentemente, y al igual que con otros movimientos sociales, debemos impulsar los puntos y espacios de encuentro con el movimiento feminista en los que compartir intereses comunes.

Y es que, la necesaria e inaplazable apuesta por la interrelación es otro de los pilares básicos de ese cambio que debemos abordar.

Una apuesta por la interrelación que ha de venir de la mano de dos reflexiones. Por un lado, tomar consciencia de que el antimilitarismo no es sino uno de los muchos aspectos de un movimiento de transformación social mucho más amplio, movimiento que para ser tal no puede configurarse en base a sectores estancos con una relación poco menos que autista (y desde el antimilitarismo en no pocas ocasiones hemos incurrido en este tipo de comportamientos), sino que debe fortalecerse desde el debate y trabajo conjuntos en muchos temas transversales, y en la puesta en común de experiencias y análisis que permitan el enriquecimiento de cada uno de los sectores y del conjunto.

Por otra parte, en todos los campos de trabajo señalados nos encontraremos con otras gentes que, desde nuestra misma apuesta por la transformación social se vean afectadas por las distintas realidades que denunciamos (por ejemplo, en la denuncia del gasto militar con las gentes que se enfrentan a la pobreza y la exclusión social; en el caso de las intervenciones imperialistas de los ejércitos y sus guerras, con los colectivos internacionalistas; en el tema de la especulación del Mº de Defensa y sus propiedades inmobiliarias, con los colectivos en defensa del derecho a una vivienda digna; en la violencia sexista de las guerras, con el movimiento feminista; en el de los campos de tiro, los colectivos ecologistas; en la conversión de la industria militar, las organizaciones sindicales; en el control social, los colectivos especialmente perseguidos; en la militarización de la enseñanza, multitud de asociaciones apostando por un modelo educativo alternativo al actual…) y que, en no pocas ocasiones, tendrán un conocimiento y experiencia a la hora de la denuncia y propuesta de alternativas muy superior al nuestro.

El trabajo conjunto así planteado no puede ser entendido nunca como una pérdida de protagonismo (al que además no deberíamos aspirar) sino como un enriquecimiento mutuo y una forma mucho más racional y consecuente de avanzar en esa apuesta conjunta por la transformación social.

Las relaciones en el propio movimiento antimilitarista

Desde nuestro punto de vista, en el momento actual (ese que hemos calificado de crisis en el sentido de cambio importante), los diferentes colectivos y gentes que componemos el movimiento antimilitarista deberíamos hacer un esfuerzo por crear los espacios de encuentro necesarios para posibilitar un debate conjunto.

Sería bueno que sin agobios de premura, sin recelos y con paciencia, pusiéramos en común las distintas opiniones y puntos de vista, los análisis y propuestas que a cada cual le ronden. No con el ánimo de consensuar una nueva propuesta común o unificadora, sino para enriquecer los debates propios con las aportaciones ajenas, y para conocer las inquietudes, intereses y trabajos que cada quien desarrolla.

Si de ese intercambio de opiniones y conocimiento mutuo surgen deseos de mayor coordinación, en general o entre algunas gentes, o propuestas de trabajo conjunto en algún tema concreto, pues perfecto, pero que ello no nos haga perder la perspectiva y sepamos primar la labor de los grupos locales, básica para la buena salud del movimiento.

Muchos de los cambios que creemos han de darse en el movimiento antimilitarista van a necesitar de paciencia, de esfuerzos, de abandono de dinámicas viciadas –pero en las que nos sentimos a gusto- y, sobre todo, de imaginación. El ritmo con que cada cual aborde estas cuestiones va a depender de sus características propias, y de la capacidad para saber mirar adelante sin ignorar el pasado, pero sin encadenarse a él intentando repetirlo miméticamente.

Quienes apostamos por un futuro, entre otras muchas cosas, antimilitarista, deberemos esforzarnos pues en que las palabras e intenciones hasta aquí recogidas se vayan transformando en realidades. Empeñémonos y encontrémonos en esa tarea.

 

Colectivo Gasteizkoak, marzo de 2000

NOTAS

[1] H. Dieterich, “Fin del Capitalismo Global”.

[2] F. Hayeck, “El espejismo de la justicia social”, 1976.

[3] Por ejemplo, y más allá del evidente caso de la OTAN, en el FMI la capacidad de decisión de cada Estado es directamente proporcional al tanto por ciento con que contribuye a la financiación del Organismo. Al mismo tiempo, el FMI no puede adoptar una decisión que no cuente, al menos, con un 85% de respaldo. Como Estados Unidos contribuye con un 17,5% a la financiación y, por lo tanto, ostenta ese poder de decisión, en consecuencia, no se puede adoptar ninguna decisión sin el respaldo estadounidense, pues no alcanzaría el mínimo requerido del 85%.

[4] Hablamos en general, ya que ese monopolio de la violencia física sí que se ejerce en los países del Centro hacia sus respectivas Periferias, es decir sobre la población que va quedando excluida del sistema, pero esa función la cumplen los diferentes cuerpos policiales (públicos y privados) como posteriormente comentaremos al hablar del Control Social.

[5] “LA EXPLOSIÓN DEL DESORDEN”; FERNÁNDEZ DURÁN, Ramón. Editorial Fundamentos, Madrid.

[6] Ver nota 3

[7] Sin tener en cuenta a los países que no aportan datos y que son: Angola, Congo, Libia, Somalia, Afganistán, Cambodia, Laos, Armenia, Yugoslavia, Irak y Qatar.

[8] “El País” 3-1-99

[9] Aquí también es válida la matización anteriormente hecha, ya que no sucedió lo mismo en todas las zonas del planeta y, por regla general, en aquéllas en las que aumentó el gasto militar, este aumento tuvo una relación muy directa con la adquisición de armamentos.

[10] “The Military Balance 1998”. Instituto de Estudios Estratégicos de Londres.

[11] No nos extendemos en esta cuestión pues ya la hemos abordado en trabajos anteriores, a los que os remitimos.

 

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