HASTA SIEMPRE JESÚS, AMIGO, COMPAÑERO, CÓMPLICE (y maestro sin lecciones)

Hace ahora 30 años algunas personas jóvenes antimilitaristas oímos con sorpresa cómo, quien para nosotras entonces era un señor por su edad (tenía entonces 55 años), en el marco de una mesa redonda pública en apoyo a la insumisión, y en su calidad de ponente, nos interpelaba. “Siempre me he considerado antimilitarista y me hubiera gustado participar en el movimiento antimilitarista, pero como está centrado en el servicio militar, no encuentro espacio”. Con esas palabras Jesús, Chuso o Naves (Jesús Fernández Naves, oficialmente) estaba poniendo la primera y fundamental piedra para la creación del Colectivo antimilitarista Gasteizkoak.

Porque sólo transcurrieron unas semanas desde aquello para que Jesús y algunas de aquellas jóvenes antimilitaristas nos volviéramos a encontrar y, verbalizando nuestra coincidencia en que el antimilitarismo debía centrarse en otras cuestiones, y de forma muy especial en el trabajo de denuncia y abolición de la industria militar (estaba en marcha la Guerra del Golfo de principios de los 90, donde buena parte del armamento que estaba masacrando a poblaciones se había fabricado en Euskal Herria) decidimos ponernos manos a la obra, surgiendo de ello Gasteizkoak.

Desde entonces, aquellas personas jóvenes antimilitaristas, sin recibir una sola lección suya, hemos estado todos estos años aprendiendo de él. Y os aseguramos que ha sido un aprendizaje tan apasionante como enriquecedor.

Es verdad que Jesús (como le llamamos en Gasteizkoak), es muchísimo más que nuestro Jesús. Para la inmensa mayoría de Gasteiz es Naves, uno de los grandes luchadores obreros del 3 de Marzo gasteiztarra, que dio con sus huesos en Carabanchel por participar e impulsar una lucha obrera, asamblearia, popular y autónoma, que puso en jaque al estado tardofranquista, quien bajo las órdenes de Fraga y Martín Villa no dudó en acabar con la insurrección obrera (ya era entonces una insurrección popular o social) a balazos, asesinando a 5 personas e hiriendo a más de 150. Y, claro, de alguien con ese recorrido era muy fácil que unas pipiolas como nosotras tuviéramos mucho que aprender. Del Jesús que vivió en primera línea todo el proceso que llevó a ello, a través del lujo que ha supuesto compartir con él durante más de 20 años reuniones, cafés y viajes que nos permitían preguntarle (mejor dicho, sonsacarle, porque no era muy propenso a contar batallitas), hemos aprendido la importancia de la asamblea (¡Todo el poder a la Asamblea!), de la fuerza de unas trabajadoras y trabajadores que decidían sin aceptar intermediaros ni mediadores y que, gracias al debate y compromiso conjunto, supieron pasar de reivindicaciones laborales puntuales a todo un planteamiento de reivindicación y puesta en práctica de la revolución social.

Sobre sus aportaciones a la historia de la lucha obrera autónoma de Gasteiz hay cientos de personas que pueden hablar con mucho más conocimiento que el nuestro, y a ellas os remitimos (se han escrito varios libros y cientos de artículos sobre la cuestión). Pero las cosas más esenciales que nosotras hemos aprendido de Jesús no tienen que ver con teorías políticas (a las que, por conocimiento y experiencia propia, era reacio), sino con las experiencias vitales de cómo entendía y practicaba su compromiso socio político.

Con Jesús hemos aprendido, entre otras muchas cosas, la importancia de un análisis y pensamiento radical y cuestionador desde la base, sin atajos ni concesiones. Eso supone, por ejemplo, que, en nuestro ámbito, la mirada antimilitarista no puede quedarse simplemente en lo evidente (el militarismo más obvio) sino que ha de tener en cuenta las raíces del militarismo, y de una manera muy especial cómo el concepto de la Defensa que impera en el mundo desarrollado u occidental está basado en mantener a toda costa la fuerza militar/policial esencial para disuadir de rebelarse a los miles de millones de personas a las que ese mundo occidental expolia y esclaviza para mantener un modelo social desarrollado del que nosotras -nos guste o no, lo combatamos o no- formamos parte, y del que cotidianamente nos beneficiamos.

Pero lo que a través del testimonio de Jesús hemos podido aprender va mucho más allá de las ideas. Con él hemos aprendido también, por ejemplo, cómo la pasión, la sinceridad rotunda y el llamar a las cosas y a las personas por su nombre (o ponerles sin autocensuras el descalificativo que les corresponde) comunica y hace llegar el mensaje antimilitarista a la gente mucho más que cualquier dato, cifra o análisis abstracto. Muchas han sido las ocasiones en las que, en las mesas redondas o charlas en las que hemos tomado parte, comprobábamos cómo el testimonio de un Jesús con la vena del cuello hinchada, dando golpes con el puño en la mesa, a la vez que se ciscaba en el militar, policía, político, gobierno, banquero, empresario o rey que hiciera falta, transmitía con mucha más credibilidad y convencimiento el contenido antimilitarista de Gasteizkoak que cualquier de los dosieres, informe o libros nuestros que presentábamos en esos actos.

Con Jesús hemos aprendido también que no todo es pasión, y que la pasión en ocasiones tiene que saber dejar hacer al reposo y a la duda. En ocasiones en las que la actualidad política parecía imponer un ritmo de respuesta o denuncia inmediata (y a menudo monocolor desde ámbitos críticos) Jesús aportaba la cabeza fría suficiente como para proponer mirar esa realidad desde un prisma distinto, alejándose de inercias, tomando distancia y perspectiva y poniendo en cuestión lo que para tantos parecía evidente. Gracias a ello las respuestas de Gasteizkoak al debate sobre la actualidad política nunca han destacado precisamente por su prontitud, y frecuentemente se han caracterizado más por tratar de buscar posibles aportaciones desde perspectivas distintas a las habituales. O, simplemente, en compartir nuestras dudas o desconciertos.

No penséis que lo aprendido con Jesús es todo serio, trascendente y político. Con Jesús hemos aprendido también cosas divertidas e incluso inverosímiles. Por ejemplo, cómo conducir en línea recta por las sinuosas carreteras de la Euskal Herria profunda (aunque eso le costara hasta una pérdida de carnet… que no le impidió seguir conduciendo). O cómo abrir el maletero de un coche ajeno sin forzarlo con herramienta alguna (parte del bagaje que se trajo de su estancia en algún grupo guerrillero argentino). Incluso cómo hacer para, en una larga reunión (o precedida de un largo viaje), echarse un sueñecito sin que el resto se enterase.

Y, sí, con Jesús hemos aprendido también de sus errores. Alguno de los aprendizajes más valiosos que hemos adquirido gracias a los errores de Jesús tienen que ver con Chuso (la forma de llamarle que utiliza su gente más cercana, comenzando por La Chata, Carmen, su compañera). Porque a Jesús, en la penúltima fase de su vida (la anterior al Alzheimer), le llevaban los demonios haberse hecho consciente de que su enorme implicación y dedicación al compromiso político y social había sido a costa de desatender sus quehaceres y responsabilidades como compañero, padre y amigo de sus personas más queridas. Y es que Jesús ha sido capaz de permanecer atento, dejarse impregnar y aprender de las aportaciones de las nuevas generaciones de personas comprometidas con acabar con el capitalismo y cambiar el mundo, y en esos últimos tiempos, de la mano del feminismo más cuestionador, había aprendido la verdad profunda que habita en la manida frase de lo personal es político, de la importancia de los cuidados, de la trampa del capitalismo al intentar menospreciar la relevancia fundamental del trabajo reproductivo…, y le indignaba ser consciente de sus incoherencias al respecto; saber que las consecuencias de esa incoherencia suya había recaído sobre sus personas más queridas, y le angustiaba no saber cómo enmendar ese error, si es que había forma de enmendarlo a esas alturas. El que Jesús compartiera esas angustias de Chuso ha supuesto para nosotras uno de los últimos grandes aprendizajes que hemos recibido de Jesús. Pero no el último.

Porque el último ha sido aprender con Jesús, y a través de Jesús, algunas cuestiones básicas sobre el Alzheimer, la enfermedad mental con la que ha convivido en los últimos años. Por ejemplo, a tener en cuenta que el Alzheimer transforma una persona, en este caso a Jesús, pero que sigue habiendo un Jesús. Y la transformación es bidireccional. Nosotras también dejamos de ser las compañeras del colectivo antimilitarista, para pasar a ser unas personas con las que disfrutaba y se reía cuando íbamos a buscarle a dar un paseo y, sin reconocer a aquéllas, pero si a éstas, nos recibía con una sonrisa de oreja a oreja. Y en algunas de esas ocasiones (siguiendo con él los rastros de los aviones en el cielo, de las antenas en los tejados, de los vuelos de los pájaros, el jugar de las criaturas y el ladrar de los perros, cantar a coro gritando y sin venir a cuento el Asturias patria querida o escuchándole entregadas cómo nos contaba una y otra vez las broncas que de guaje le echaba su güelu en la aldea asturiana de Naves), hemos disfrutado y nos hemos sentido más personas, más humanas y más vivas que en cientos de las reuniones que anteriormente habíamos compartido.

Lo que también hemos aprendido con Jesús y su Alzheimer es la verdad profunda que guarda también otra de las consabidas frases: la importancia de cuidar a las personas cuidadoras, porque aunque nosotras hayamos podido disfrutar de la cara alegre de Jesús y su Alzheimer, hemos podido ser conscientes, en parte, de las otras caras no tan alegres (y, a menudo, desgarradoras) que encierra la enfermedad (es verdad que hay casos y casos) y de intuir lo que puede suponer a quienes se encargan de sus cuidados (en este caso conocemos algunos de sus nombres, Carmen, Javier, Maite, Ana, Mikel, Zigor… vaya desde aquí un reconocimiento que no quieren y un abrazo inmenso y agradecido a todas ellas). Por eso, y sabiendo cómo le preocupaban a Jesús en sus años pre-alzheimer las carencias de sus cuidados a muchas de ellas, no hemos podido recibir sino con cierto alivio la última “decisión” de Jesús: dejar de comer y beber.

Aunque Jesús “haya decidido” dejar de comer y beber, afortunadamente, nosotras nos quedamos con todos sus alimentos, esos innumerables aprendizajes de él recibidos (que no hemos podido sino esbozar en estas líneas), tan necesarios para alimentarnos en los tiempos actuales, y que han hecho que aquel señor al que por edad denominábamos así cuando le conocimos hace 30 años (y que mantuvimos luego para tomarle el pelo), con el paso de los años y lo que de él hemos aprendido, y lo que con él hemos compartido, se haya convertido para nosotras no solo en la viga principal que da soporte a la esencia de Gasteizkoak, sino en el compañero fraterno, amigo del alma y cómplice en la vida, a quien tanto echar de menos, y quien tanta culpa tiene de que seamos como somos. Don Jesús, todo un SEÑOR, con mayúsculas.

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